Home Sweet Home Publicado por L.N.E ,domingo, 19 de septiembre de 2010 at 17:39,
Tía Lala Publicado por L.N.E ,sábado, 4 de septiembre de 2010 at 9:24,
Yo no creo en las brujas, pero que las hay, las hay... Publicado por L.N.E ,sábado, 20 de marzo de 2010 at 18:43,
Tenía nueve o diez años y me iba a quedar a dormir en la casa de una amiguita. Al principio me entusiasmaba la idea, pero después me daba miedo dormir fuera de casa y me ponía a llorar para que papá me viniera a buscar. Las últimas veces que me quise hacer la valiente y me animé a quedarme, en medio de la madrugada me escapaba de la cama, que tenía olor a pish viejo, y me acercaba a la cama de los papás de mi amiguita para pedirles que llamaran a mi papá. Seguro que me puteaban por dentro, pero no me importaba. Una vez me hicieron un lugar en su cama. Esa noche no dormí bien. No estaba cómoda. Así que las noches siguientes que me quedé, decidí hacer más berrinche para que llamaran a papá sin dar tanta vuelta. No sé por qué siempre me arrepentía de dormir en esa casa. Durante el día la pasábamos genial. El problema era a la noche.
El día que pasó lo que pasó, hicimos de todo. Estuvimos varias horas en la pelopincho. Nos cruzamos al kiosco a comprar golosinas. Volvimos a la pile. Jugamos al Burako. Jugamos con el pato. Jugamos con el conejo. Jugamos con la vecinita. Jugamos al paredón con una pelotita de tenis. Jugamos al cuarto oscuro. Jugamos al Family Game. Nada parecía suficiente. Necesitábamos seguir jugando. Entonces subimos al altillo para jugar con la pista de autitos de los hermanos de mi amiguita, pero en lugar de ver autitos, lo que vi me da impresión hasta el día de hoy. Había restos de velas rojas y negras y figuras de santos dados vuelta. Nunca más intenté quedarme a dormir en esa casa. Todavía me da escalofríos cuando me acuerdo.
Siempre se dijo que era bruja. Pero yo pensaba que las brujas eran feas y narigonas y que volaban en escoba. Y Lilith no sabía lo que era una escoba. Cuando le conté a mamá lo que vi, abrió los ojos así de grandes y me hizo un montón de preguntas:
—¿Y qué más viste? ¿Y cuántas velas había? ¿Y de qué color eran? ¿Y cómo eran los “muñequitos”? ¿Y Lilith se dio cuenta de que viste lo que viste? ¿Y no le dijiste nada? ¿No tocaste nada, no?
No entendía por qué mamá estaba tan intranquila. La última pregunta que me hizo me dejó pensando. La verdad es que no recuerdo haber tocado algo. Dicen que si uno ve o toca un gualicho hecho a otra persona, se le pega algo de la maldición y “se le cortan los caminos”. Aunque pensándolo bien... ¿cómo supe que eran santos si estaban dados vuelta? Eso explicaría muchas cosas.
Me dan ganas de encontrarme con Lilith para encararla y preguntarle para quién era el gualicho, por qué lo hizo y cómo tengo que hacer para sacarme de encima lo que me contagié por haberlo visto (y tocado). Pero tengo miedo de que se ofenda y el gualicho me lo haga a mí.
Amigo invisible Publicado por L.N.E ,domingo, 7 de marzo de 2010 at 6:31,
Golpeé la puerta una vez. No me abrió. Volví a golpear, y nada. Sabía que estaba ahí porque desde afuera se escuchaba a un Neil Young distorsionado que salía de su laptop. Entonces entré, pero estaba tan ensimismado que ni siquiera notó mi presencia. Escondida detrás de la pared, vi cómo se hacía invisible centímetro por centímetro, miembro por miembro, a medida que la heroína se adentraba en sus venas. Me sentí traicionada al darme cuenta de que su invisibilidad no era natural sino producto de las drogas. Al mismo tiempo sentí lástima porque tuvo que recurrir a eso para pasar inadvertido y así escapar de la mirada de los otros. Por otro lado, no pude evitar pensar: ok, el pibe se vuelve invisible ¿y después qué? ¿Se vuelve un Robin Hood postmoderno? ¿Persigue a los violadores y asesinos en su rol de vengador anónimo? ¿Se une a los Superamigos?
—Ey, ya sé que estás ahí —grité por encima de la música.
—¿A qué viniste?
—A ver cómo estás. —Se quedó callado—. ¿A dónde vas? —insistí.
—Ya sé lo que esperás que te responda. Pero lamento decepcionarte. Que sea invisible no significa que voy a ir a salvar al mundo. ¿De qué sirve que pierda el tiempo ayudando a la gente si el mundo siempre va estar lleno de hijos de puta? Por más que algunos tengan buenas intenciones, la raza humana ya está perdida. No depende de mí. Ya no depende de nadie.
“Es como si intentara secar los océanos del mundo con una caja de Kleenex”. El símil de David Lodge resonó en mi cabeza.
—Para mí no es tan así... —le dije tratando de adivinar dónde estaba parado.
—¿A vos no te gustaría ser invisible? —me preguntó para desviar la conversación.
¿Quién no quiso ser invisible alguna vez? “Tragame, tierra”, deseé en más de una oportunidad. Volverme invisible sería ideal en ciertas situaciones.
—A veces me siento invisible. —Preferí responderle—.
—¿Y qué hacés cuando te sentís invisible?
—Sufro.
—Yo me hago invisible para no sufrir. Así desaparezco por un rato y nadie me jode.
—¿Pero no te das cuenta de que lo único que vas a conseguir así es desaparecer para siempre?
Me quedé esperando su respuesta en vano porque la puerta se abrió y se cerró exasperada. De fondo sonaba "Helpless", y la parálisis de la impotencia me envolvió sin compasión.
In Bloom Publicado por L.N.E ,sábado, 6 de marzo de 2010 at 16:27,
Últimamente trabajo tanto que casi no tengo tiempo para dedicarme a mí misma. Y lo que me pasó hoy lo demuestra. Después del remoloneo obligado de cada mañana, me levanté y fui al baño. Me lavé la cara para despabilarme y cuando me miré al espejo, vi dos pelos bien largos y asquerosos que me salían del bozo. Estaba todo perfectamente depilado excepto por esos dos hilos negros de más de cinco centímetros. Hice una mueca de repugnancia y me puse a revolver el cajón desesperada en busca de la pincita de depilar. No la pude encontrar en ninguno de los cajones. Así que le encargué a mis dedos el trabajo sucio de extirpar esos pelos horribles de mi cara.
Empecé por el de arriba. Tiré una vez y nada. Tiré otra vez con más fuerza, pero el pelo estaba muy arraigado y no quiso salir. Le di dos tironcitos al de abajo, que salió fácilmente. Si ya estaba asqueada por la longitud del pelo, lo que vi después me asqueó más todavía: detrás del pelo asomaba una ramita verde con hojitas y todo. No podía creer que todo eso me estuviera saliendo de un poro. Seguí tirando y tirando de la ramita, pero era algo de nunca acabar, y la piel de alrededor ya se me estaba irritando demasiado. Cuando se me ocurrió ir a buscar una tijera para que se ocupara del resto, me empezó a picar mucho la cabeza. Me rasqué fuerte y con los dedos sentí algo raro que brotaba del cuero cabelludo. Del susto lo arranqué de cuajo. Era una azucena blanca. La miré con más simpatía que a las ramitas verdes, pero igual de estupefacta.
Apoyé la flor en la mesada del baño, y al contacto con la frialdad del mármol se marchitó súbitamente. Con el pelo que no quiso salir y el otro pelo devenido en rama aún pendiendo, acerqué la cabeza al espejo para ver qué más encontraba ahí arriba. Hurgué entre mi cabellera y vi muchos capullitos blancos. Me dio pena arrancarlos. Voy a dejarlos florecer.
No Blood Publicado por L.N.E ,sábado, 27 de febrero de 2010 at 7:40,
Todos se habían ido a comprar las entradas, y yo me quedé sola con él. Aprovechó la oportunidad para sentarse más cerca de mí mientras me hablaba al oído. Me empezó a besar en el cuello, y aunque me sentía muy atraída hacia él, tuve que rechazarlo porque tenía novia, y no me parecía justo. Tomó un poco de distancia y siguió hablándome como si nada hasta que el Tony Montana de la tapa del DVD de Scarface lo interrumpió:
—I know that. But you know why? Because you got your head up your culo, that's why. That fucking guy. He never tells the truth. That motherfucker.
Tony tenía razón, pero no tenía ganas de escucharlo así que puse el DVD boca abajo para que se callara. En eso apareció la dueña del lugar, que pensó que estaba tratando de robarme la película y me rebanó la mano con un objeto filoso que no llegué a ver.
Grité atónita no porque me faltaba una mano sino porque no me brotó ni una gota de sangre. También me pareció raro que no me doliera ni un poco. Enseguida la dueña del lugar, arrepentida, se puso a buscar mi mano, que había caído detrás de un mueble. Tardó un rato en encontrarla. Cuando la sacó, estaba llena de telarañas. La limpió como pudo y la metió en una bolsa transparente.
Con mi mano en una bolsa y la bolsa en la cartera, salimos rápido a la calle y nos subimos al auto de él, que me llevó al hospital más cercano. Me acompañó hasta la guardia y dijo que me iba a esperar afuera mientras se fumaba un cigarrillo. Ahí me atendió un médico muy joven e inexperto, que se puso a temblar cuando vio que no me sangraba la herida. Invitó a otro médico, muy joven también, a contemplar el espectáculo, y éste me cosió la mano ahí mismo. Dijo que no era necesario operar porque no había sangre. No confié mucho en ellos, pero cuando estuve a punto protestar para que me viera un médico con más experiencia, la mano ya estaba unida a mi brazo como si nada hubiera pasado. Me mandaron a casa y dijeron que no me preocupara, que estaba todo bien.
Salí de la guardia y no lo vi. Busqué su auto, y tampoco estaba donde lo habíamos dejado. Entonces me tomé un taxi hasta casa y una pastilla para dormir de las que había comprado para mamá. Cuando llegué, el somnífero ya me estaba haciendo efecto y me dormí enseguida. Dormí un par de horas hasta que una tos asfixiante me despertó y me llenó los ojos de lágrimas. Me estiré para prender la luz y vi que la mano cosida se había puesto negra y el color se iba extendiendo por el resto del brazo. Seguí tosiendo y empecé a vomitar sangre. Cada vez vomitaba más. No podía respirar. Toda la sangre que no había brotado de la herida, ahora me salía por la boca. Estuve un rato largo pintando las sábanas de rojo hasta que la mano empezó a recobrar su color normal, y dejé de desangrarme por la boca. Apagué la luz y me volví a dormir.
Long Time No See Publicado por L.N.E ,martes, 23 de febrero de 2010 at 17:45,
Me acerqué por atrás y lo vi de espaldas, en cuclillas, levantando algo del piso. Cuando se dio vuelta no pude evitar sonreírle. Apenas podía recordar su cara. Me miró en silencio y me volvió a dar la espalda enojado.
—Permiso. ¿Puedo pasar?
—No —respondió serio.
—Ey, ¿te pasa algo?
Todo indicaba que sí le pasaba algo. Pero no lo había visto en nueve años. (En realidad, hace poco lo vi desde el colectivo. Corría por Av. Congreso mientras escuchaba música. Se me aceleró el corazón, y me dieron ganas de gritar su nombre, pero me contuve.) Hacía nueve años que no teníamos ningún tipo de contacto. No recuerdo haberle hecho nada para que estuviera enojado.
Se puso de pie y me enfrentó:
—Todo este tiempo me mentiste.
—¿Yo? ¿En qué te mentí? —le pregunté sin poder salir de mi asombro.
—Bueno, me ocultaste. Es lo mismo.
—No sé de qué hablás.
—De lo que te pasaba conmigo —dijo ablandándose.
Uy, no. Todo eso había quedado atrás, muy atrás. Ya me había olvidado de lo que sentía por él. Además, ¿más indicios de los que le había dado? A veces caía tan bajo que me daba vergüenza ajena (¿o propia?).
—Pensé que te habías dado cuenta —le respondí inocentemente bajando la mirada, mientras me subía el color a las mejillas, e imaginaba en un flash cómo hubieran sido estos nueve años cerca de él.
Me levantó el mentón con la punta de los dedos, y me vi reflejada en sus ojos negros, que se cerraron cuando sentí el calor de sus labios en los míos. Cuántas veces había fantaseado con ese beso... Fue tan perfecto que superó todo lo que había imaginado de adolescente. Nos miramos unos segundos, y me di cuenta de que había algo más que no me estaba diciendo. Tuve miedo de preguntarle así que seguí besándolo como si el tiempo hubiera dejado de existir. Cuando paramos para tomar aire, no tuvo mejor idea que mostrarme lo que había levantado del piso. Era una tarjeta blanca que decía: “Somos los protagonistas de una historia que se irá escribiendo día tras día. Para compartir con nosotros uno de los capítulos más lindos de nuestra vida, los invitamos a la celebración de nuestro casamiento...”
—Ah, bueno... —Me sentí una idiota—. ¿Me estás invitando a tu casamiento o a tu despedida de soltero? No entiendo.
—Te estoy mostrando lo que te perdiste por cagona —me respondió soberbio.
—¿Yo cagona? ¿Y vos qué, nene? —le reproché indignada mientras con una mano en su pecho lo alejaba de mí—. Bueno, suerte che, que sean felices. Ojalá que el suyo no termine en divorcio —le dije irónica y llena de bronca porque no estaba en mis planes cruzármelo después de tanto tiempo, y que removiera el pasado sin pedir permiso, y que estuviera enojado por mi silencio y que me besara como nadie y que me dijera cagona y que se casara con otra, y que me importara.